viernes, 11 de julio de 2008

¿Y TÚ QUE ME CUENTAS?

En Barcelona puedes y ves a gente de todo tipo, gente rara a tu valor, pero gente. Lo que últimamente se ve en más cantidad es una cosa que antes era casi imposible de vivir, ancianos, muchos, pidiendo limosna, vagabundos. Os cuento mi pequeña experiencia de ayer. Caminando por Las Ramblas, íbamos hacia un lado de la calle, cuando de repente me llamó la atención ver a una señora de unos 80 años estirada en una puerta y pidiendo algo, dinero. Yo sin pensarlo dos veces me acerqué hacia ella, para hablar un poquito, y de una manera discreta conocer su caso, que sin duda alguna es el que más me ha sobrecogido en tiempo. No le pregunté ni su nombre, directamente le dije:
- Hola señora, ¿tiene dinero?
- Hijo mió, si tuviese dinero no estaría aquí estirada.
Porque es cierto, y además fue una postura que me apenó aún más, una señora de a pié aparentemente normal, que de repente te la encuentras estirada con las piernas divagantes en una portería de Las Ramblas.
- Usted, ¿come cada día?
- Si hijo... Cada día me ayudan los dueños de esta tienda (la tienda que había al lado) a comer y ha llegar hasta casa... Me ayudan mucho.
- Muy bien, ¡genial! Usted tiende donde vivir, también, ¿no?
- También, sí, sí, vivo en una casa para arriba de Las Ramblas, es un poco vieja, pero bueno. No tengo dinero para pagarla pero me la paga el ayuntamiento. Hasta que se cansen...
De momento, vi, pese a que tenía que pedir dinero, porque algunas necesidades básicas le faltaban, que tenía un vida lo suficientemente aguantable.
- ¿Y su familia, hijos, nietos...?
- No me hable de ellos, por favor, que me pongo triste... (Miró hacia los lados).
- Mire señora, yo no le puedo dar ni dinero ni comida (porque no tenía, cierto es), pero solo le deseo lo mejor en el resto de los días que le quedan por vivir y que si algún día le falta algo, que pida ayuda a los servicios sociales, que se la darán encantados. Buena suerte señora.
- Muchas gracias hijo, que dios te bendiga... (Sonrió)
... Me dijo... No pude hacer nada más por ella, solo hablarle, para que no se sintiese tan sola y destaparle una sonrisa de esa cara, que seguro, en sus tiempos jóvenes, pertenecía a la de una bella moza querida por muchos muchachos. Ahora solo le queda la suerte y las esperanzas de seguir viviendo en esa situación, a mi solo me queda el deseo de poder haber contribuido un poquito en esa esperanza, la de esa señora sin nombre.

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